Suelo ir a Toledo a visitar a mi hermana. En una de estas excursiones, estábamos dando un paseo por el casco histórico cuando vimos una tirolina que cruzaba a lo ancho del río Tajo.
— ¡Vamos a tirarnos! —dijo ella.
Miré hacia abajo desde el puente de San Martín. Después miré al frente y vi el cable que colgaba a 20 metros de altura…
— Otro día —respondí escondiendo mi nerviosismo— jaja…
En ese momento no me tiré, pero sentí ganas de vencer ese temor y superarme a mí misma. Estuve a punto de no hacerlo, pero me dirigí a mi marido y a mi hermana y les dije:
— La próxima vez que venga a Toledo, me tiro.
La aventura de superar obstáculos
Tardé bastante en volver, pero en mi siguiente viaje a Toledo, sabía que alguien sacaría la conversación, así que me adelanté:
—¡Mañana voy a tirarme por la tirolina!
Mi marido me animó a hacerlo y mi hermana me dijo que ella también se apuntaba al sarao. Así que al día siguiente nos acercamos al puente de San Martín.
Estaba haciendo fila para tirarme con el arnés y el casco puesto cuando un hombre, que estaba a punto de lanzarse, se arrepintió en el último momento y se dio media vuelta. Me afectó ver cómo aquel pedazo de tío se asustaba, daba media vuelta y corría. Tuve una enorme tentación de hacer lo mismo, pero me mantuve firme en mi decisión.
Por fin era mi turno. Estaba al borde del precipicio. El monitor me notó tan nerviosa que bromeó para tranquilizarme:
—Tenías que haberte tomado un vinito antes de venir
—Jajaja… Sí… Tenía que haberme tomado la botella entera —le dije, aunque casi nunca bebo alcohol.
El paso decisivo
En ese momento fui consciente de todos mis condicionamientos pasados. No pensé que iba a sentir tanto miedo hasta que llegó ese momento. Me di cuenta de que todas las voces de mi pasado habían vuelto a mi mente justo en ese momento: “¡Cuidado, no lo hagas, que te vas a hacer daño!” “¡No te subas, que es peligroso!”, etc…
—Cuando quieras puedes tirarte —dijo el monitor
—Como no me empujes tú, yo no me tiro —le respondí con el corazón a mil.
—No. Tú solo saca un pie y verás. Puedes hacerlo.
Estaba claro que el monitor no iba a tirarme. Solo yo podía hacerlo. Tenía en mis manos la posibilidad de lanzarme o de echarme atrás, como había hecho el hombre de antes. Respiré hondo y recordé por qué estaba allí. Quería demostrarme a mí misma que podía hacerlo, quería cumplir mi palabra. En el fondo, sabía que era capaz de superar ese obstáculo y conseguir lo que me había propuesto. Querer es poder.
Además, recordé un consejo de Diego:
Algunas veces viene bien ser un poco miope. Focaliza la atención en lo relevante, no te distraigas con lo que te aleja de tu meta. Céntrate sólo en tu siguiente paso.
Recordando esto, me enfoqué solo en mi pierna izquierda. La levanté lentamente hasta que mi pie estaba ya en el aire, fuera de la pasarela. De repente y por la fuerza de la gravedad, el arnés tiró de mí y cuando me quise dar cuenta:
—¡Aaaaaaaaaaaaaahhhhh!
Ya no había vuelta atrás
Abrí los ojos y me vi flotando sobre el río Tajo, volando sobre los árboles, me sentí libre como un pájaro. Las vistas eran alucinantes. La altura, que tanto me había asustado hasta ese momento, ya no era un impedimento para mí.
“Ya está hecho. Lo he logrado” —pensaba— ¡esto es la caña!
—¡Yujuuuuuuuuuuuuuu!
Al llegar a la otra orilla del Tajo me temblaban tanto las piernas que parecía un flan. Tenía la adrenalina por las nubes, pero no podía parar de sonreír.
Lo que realmente gané de aquella aventura
Una vez que la adrenalina volvió a su sitio reflexioné sobre lo que había supuesto para mí tirarme al vacío. De repente, me sentía capaz de conseguir muchas otras cosas. Me di cuenta de que el paso más difícil de superar es aquel en el que ya no hay marcha atrás. En el caso de la tirolina, el paso más complicado para mí fue sacar el pie fuera de la pasarela. En ese punto es cuando tienes que vencer todas tus limitaciones anteriores, confiar en ti mismo y dar un paso en la dirección correcta.
Diana Yárez
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